El diseño es una lucha contra la fealdad.
- jorge piazza
- May 4, 2020
- 4 min read
La frase pareciese poner punto final al debate entre función y forma. De manera concluyente para Massimo Vignelli, el autor del dicho, ganó la forma.

La cita textual del diseñador italiano es:
“La vida del diseñador es una vida de lucha. Una lucha contra la fealdad”
Quien haya leído otros textos de mi autoría podrá suponer que no soy afecto a estas frases grandilocuentes que ponen al diseñador en estrados que no le corresponden.
En lo personal creo, y veo a diario que, de hablar de lucha, deberíamos coincidir que -en términos generales- la vida del diseñador es una vida de lucha contra su ineptitud para conformar negocios sólidos. Pero ese es tema de otras notas.
Función y forma.
¿Y la funcionalidad del diseño? De remitirnos a la frase, ¿deberíamos asumir que la función ya fue superada o que queda supeditada a la forma?
El énfasis puesto en el factor estético permite suponer que hemos logrado analizar, tipificar y resolver cada uno de los problemas, de tal manera que solo nos resta encargarnos de la forma.
Sabemos que no es así, por lo que debemos suponer que para Vignelli el diseñador es un simple embellecedor de la realidad. Un maquillador, que en todo caso, deberá delegar en otros profesionales la resolución de la función o sea, la resolución del problema. En cuyo caso, le estaríamos dando la razón a quienes sostienen que hacemos lindos dibujitos, denigrando así nuestra profesión. Y la cuestión se circunscribirá a qué tan lindos los hacemos.

Si nos remitimos al diseño realizado por el propio Vignelli para el metro de Nueva York, podremos precisar que la frase funciona de la boca para afuera, ya que dicho trabajo prioriza la función por sobre la forma. O quizás la cita debería incluir una declaración que asevere que en la función bien resuelta radica gran parte de la belleza del diseño.
El amo de la belleza.
¿Quién se puede considerar “dueño” del buen gusto? ¿Tiene el diseñador la capacitación necesaria para considerase autoridad en valores estéticos?
Para que ello sucediese, al menos la capacitación del diseñador debería ser mucho más afín con la de un artista. El diseño debería cursarse exclusivamente en las facultades de Bellas Artes, y materias como historia del arte deberían ser troncales.
De cualquier manera, la belleza, en contraposición con la fealdad, es un concepto absolutamente subjetivo. Sabemos que no nos suele ir bien en la lucha que erróneamente solemos entablar con el cliente en el inestable terreno del “lindo o feo”.
Todo diseño está supeditado a un valor estético: el del consumidor o receptor del mensaje; y esa es una variable reconocible y analizable, para nada subjetiva. El trabajo del diseñador es investigar y resolver comunicaciones efectivas que utilicen esos códigos. Usar valores estéticos ajenos al mercado consumidor puede hacer trastabillar el éxito del diseño.
Modificar ese valor estético, pretendiendo hacerlo ver como un aporte a una supuesta estética universal, significa no comprender la función comercial del diseño y presupone un fracaso en la comunicación.
¿Quién pagará los daños económicos y el riesgo comercial producto de pretender inculcarle “buen gusto” a los consumidores?
Ante la seguridad de que existen infinidad de mercados cuya valoración estética será muy diferente a la del diseñador, la frase sugiere que deberemos entablar una lucha por imponer nuestro “gusto selecto”.
Pese a lo tentador que resulta, me he acostumbrado a no emitir juicios de valor sobre diseños ajenos. Los motivos son muchos, pero el principal es aceptar que el desconocimiento que uno tiene acerca de aquello de lo que opina nos inhabilita para hacer una evaluación coherente. Hago una excepción, solo en el marco de este texto, y confrontando un diseño en particular con la frase en cuestión, pregunto: ¿deberíamos considerar que con la marca de Lancia, Vignelli ganó una batalla contra la fealdad?

No pretendo establecer un espacio de debate acerca de lo correcto, incorrecto, bello o feo de la identidad de Lancia. En lo personal, y despojándome de todo profesionalismo, la considero una forma para nada de mi agrado. En realidad diría, para estar acorde con la frase que motiva este texto, que me resulta fea. No así el diseño para Knoll, realizado también por Vignelli. De cualquier manera, y más allá de ser de mi agrado, jamás pensaría que con él se gana una batalla contra la fealdad.

Frases desde la confortable cima.
Desde hace tiempo tengo la sospecha de que cuando los profesionales llegan al cenit de su carrera, y sus neuronas ya no están preocupadas por el día a día, se les abre un espacio para el análisis retrospectivo de la profesión. Una mirada que solo se logra cuando la profesión ya no es una lucha por subsistir primero y crecer luego; esa serenidad es el marco ideal para la elaboración de frases que trasciendan como ya lo hicieron sus diseños.
Allí parecen nacer estas máximas grandilocuentes que se encuentran diametralmente opuestas a la realidad de gran parte del universo de los diseñadores.
Cuando un diseñador novel se enfrenta al capricho del cliente, y dispone de pocas armas para convencerlo de las ventajas de un diseño coherente, proponerle que luche contra la fealdad me resulta extremadamente peligroso. Lo correcto sería brindale armas para poder convencerlo de las virtudes del diseño, en vez de sugerirle que su cliente es el origen de la fealdad, y él tendrá que luchar a capa y espada para imponer la belleza. Proponerle que entable una lucha en el terreno de la estética es invitarlo a ser carne de cañón en un combate equivocado.
Estas frases suelen resultar mochilas pesadas para un camino que de por sí es escabroso. Cuando la realidad marca que muchos diseñadores viven su profesión desde la frustración, y ven en diseñadores como Vignelli una utopía inalcanzable, lo que se necesita de estos popes es que brinden consejos para transitar esos caminos que ellos ya supieron recorrer exitosamente.
Lo demás es alimento para el ego, y poco aporta.
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