El diseño y la producción: zona de conflicto.
- jorge piazza
- Jun 6, 2020
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Updated: Jun 6, 2020
Un porcentaje preocupantemente alto de los trabajos realizados por diseñadores ingresan con deficiencias técnicas a los circuitos de producción.
Este dato no estadístico es fácilmente comprobable si hablamos con los proveedores gráficos acostumbrados a sufrir esta situación, que no son pocos.

Quizás siempre haya existido esta realidad, pero indudablemente se vio agravada por la incorporación de la tecnología en el diseño, la cual creó zonas grises, indefinidas, donde las responsabilidades no están claras.
Como primer punto deberíamos definir cuales son nuestros límites de responsabilidad, para determinar cual es nuestro grado de culpa.
La responsabilidad sobre la producción.
Aquí estamos frente a teorías y realidades muy contrapuestas. Existen dos posiciones bien definidas frente al proceso que continúa luego del diseño, o sea, la implementación del diseño. La primera sostiene que no es un buen diseño aquél que no llega en óptimas condiciones al usuario final. Quienes son partidarios de esta postura asumen la responsabilidad del proceso total, hasta que la pieza diseñada esté producida. La segunda considera que la responsabilidad del diseñador termina en el diseño propiamente dicho, siendo responsabilidad de los proveedores su correcta producción.

La realidad indica que el cliente exige resultados, y para él el resultado es la pieza implementada correctamente, sea quien fuese el responsable.
Sabemos por experiencia que cuando existen zonas de responsabilidad no definidas, las culpas recaerán en el eslabón más débil. Cuando el cliente reclame por una falla en la producción, seguramente el teléfono que sonará insistentemente será el del diseñador.
En definitiva estamos frente al siguiente panorama: Brindamos un servicio que, en la mayoría de los casos, concluye con una producción de la cual somos responsable y para la cual no estamos tan capacitados; esto, claro está, generalizando y promediando las diversas realidades.
Este situación no suele ocupar un primer plano de análisis, sin embargo es la puerta de entrada a un nuevo lugar común que rige gran parte de la vida profesional del diseño.
La inseguridad ante lo desconocido.
¡Qué posición tan débil la de quien brinda un servicio supeditado al uso de tecnologías que no domina!
Las razones para que exista ese porcentaje elevado de trabajos que no están en condiciones óptimas para su producción está directamente relacionado con falencias de nuestra capacitación. Falencia que no es común a todas las instituciones educativas, pero indudablemente termina prevaleciendo, y en muchos caso, responde a un perfil profesional no del todo definido.
El mercado nos exige resultados para los cuales -en términos generales- no estamos capacitados como correspondería. Para entender el por qué de esa deficiencia, y la fragilidad del servicio que ofrecemos, debemos hacer un poco de historia.
La computadora, una vez más...
Los programas gráficos crean lenguajes en común, trastocando las relaciones existentes entre todos los integrantes del proceso de producción de cualquier pieza gráfica.
Previo a la aparición de la computadora, el diseñador preparaba un original cuyos códigos eran ininteligibles para el cliente, siendo estos exclusivos de la comunicación con el fotocromista (también conocido como taller de fotomecánica). A su vez, este era el nexo perfecto con la imprenta. Los límites y las responsabilidades estaban claramente definidos.
Hoy en día cualquier programa gráfico que está al alcance del cliente, o del hijo del cliente, y que es el usado por nosotros los diseñadores, nos permite determinar en el archivo todo aquello que se requiera para bajar películas, e incluso para copiar chapas en forma inmediata, sin pasar previamente ni por una fotomecánica. Esta situación creó una zona turbia, donde las responsabilidades no están delimitadas.

Por un lado desapareció una estructura profesional como era la fotomecánica, para ser reemplazada por talleres de bajada de películas. Sin ánimo de generalizar, pero el oficio que tenían los primeros desapareció. No todos los proveedores actuales disponen del conocimiento necesario, y lo que es peor, la competencia en ese ámbito creció lo suficiente como para que los precios bajaran a tal punto que cualquier operación que pueda no ser realizada es fundamental para sostener el negocio. Por tal motivo, ¿quién se encarga de verificar que los colores estén bien utilizados, que no haya tintas especiales en un archivo CMYK, que no haya imágenes en RGB, que los excedente estén bien puestos, que existan cruces de registro, que los pises de color y los calados sean correctos, que una tipografía negra aparezca sólo en la película del negro y no con componentes de cian, magenta y amarillo?

Dado el acceso a la tecnología, bien podría corresponderle la responsabilidad al diseñador. También a la pre-prensa. Pero ¿a quién va a llamar el cliente cuando el impreso salga mal?
A las zonas grises indefinidas que aparecieron en la cadena de producción, se le suma la situación de diseñadores con capacidades deficientes en lo referido a conocimientos tecnológicos; y es lógico, algunos los tuvimos que aprender a golpes, reconvirtiéndonos a esta nueva tecnología en pleno desarrollo profesional y quienes crecieron como profesionales con la tecnología impuesta, fueron previamente capacitados por docentes de los cuales muy pocos realmente tienen dominio en el tema.
¿Cuál debería ser el perfil de quienes nos capaciten en estas áreas tecnológicas, acaso diseñadores? Quienes lograron un buen dominio en el tema están haciendo valer su conocimiento en el ámbito profesional, sin tiempo para dedicarse a la docencia. En realidad el educador ideal para estos contenidos debería ser el mismo profesional que hoy ocupa un lugar en la pre-prensa o imprenta.

En la era AC (antes de la computadora) estábamos obligados, por suerte, a requerir que una imagen fotográfica surja de la contratación de un fotógrafo profesional; nosotros debíamos tener el conocimiento necesario para interactuar con ese profesional, luego prismábamos esa imagen en un original –decidíamos e indicábamos su ubicación–, pero de ahí en más, todo lo referido al manejo y ajuste de color quedaba en manos del fotocromista. Hoy en día la era DC nos permite -sólo desde la disponibilidad de la tecnología-, reemplazar al fotógrafo por una cámara digital (en claro desmedro de la calidad), aplicar esa imagen al original y decidir todo lo concerniente al manejo de color de esa imagen, sin tener el conocimiento necesario.
Una aproximación a la especialización.
El concepto de especialización en diseño me resulta determinante para el buen desempeño profesional y comercial de los Estudios. El tema es extenso, pero en lo que refiere a este texto, amerita una pequeña participación.
Es comprensible que durante nuestra etapa de capacitación no podamos abarcar todos los conocimientos necesarios para interactuar correctamente con las innumerables tecnología de producción. Es por ellos que el conocimiento adquirido debe servir para comprender qué debemos saber y cómo vincularnos correctamente con el proveedor de turno.
Luego, una vez ingresados en el mundo laboral, el universo de proveedores y tecnologías se verá limitado a aquellas necesarias para brindar nuestro servicio especializado.
De no ser así, y brindar un servicio amplio (lo que denomino: “hacer de todo para todos”), todo proveedor y toda tecnología será potencialmente parte de nuestro servicio, por lo cual deberemos dominar un un universo inabarcable. Pero de no hacerlo, estaremos ofreciendo servicios que se sustentan, para su implementación, en conocimiento que nos exceden. Y ya sabemos las consecuencias de trabajar con aquello que no dominamos.
Una anécdota final.
Los originales de la era pre-computadora eran una “ciencia compleja” donde un calco sobre el cartón (original), hacía las veces de notación científica. Sobre este se traducía los jeroglíficos plasmados en el cartón.
Recuerdo uno de los primeros originales complejos que realizamos en el Estudio, que fue justamente un folleto promocional del mismo. Dada la cantidad de imágenes que lo componían, las cuales eran entregadas por separado para su escaneo posterior, el cartón era casi un espacio vacío, y el calco (camisa) estaba colmado de indicaciones.

La perfecta sincronía con la fotomecánica nos hizo sentir profesionales expertos en el tema, sensación que cambió rotundamente al ingresar las películas a la imprenta. Sin mucho preámbulo, el imprentero nos preguntó: “¿cuál es el sapo y cuál la pinza?
Desde luego no teníamos idea qué nos estaba preguntando. Luego aprendimos que la pinza es el lado en el cual la máquina impresora toma el pliego, y el sapo, el margen donde se ajusta el registro.
Desde ese momento en adelante, todos los días tuvimos la actitud para aprender, entendiendo nuestras deficiencias referidas al ingreso a producción.
El responder (equivocadamente) al formato “hacemos de todo” nos obligo a aprender mucho y a errar un poco.
Y los errores se pagan caro.
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